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Comprando Baja

Los peces son tan numerosos que podemos verlos desde el barco, una masa que se retuerce oscureciendo la superficie del océano, su olor aceitoso elevándose en el aire. Nuestra guía cuenta—“¡uno, dos, tres!”—y nos deslizamos por la borda. En cuestión de instantes, un millar o más de jureles ojigordos nos rodean, cuerpos plateados y resbaladizos, aletas que se arrastran, ojos que no parpadean y bocas vueltas hacia abajo, debajo de nosotros, frente a nosotros y a ambos lados. Todos miran en la misma dirección, todo el cardumen gira y cambia de forma en concierto, como una versión submarina de las murmuraciones de pájaros que pintan el cielo con su movimiento colectivo.

 

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